Historia
En un artículo titulado "Apuntes históricos acerca del templo Santa María", el insigne D. José María Soler nos da algunas pistas sobre el origen de la primitiva iglesia de Santa María de la Asunción, cuyo primer emplazamiento estuvo en lo que hoy es la "Tercia" y que posteriormente, al menos desde el siglo XIV, se convirtió en un hospital que conservó el nombre de la "Asunción de María". Se sabe también que, al menos desde 1340, el templo se hallaba ya en su actual ubicación, pues los villeneros que habían asistido a Roma durante el "Jubileo" instituido por el papa Bonifacio VIII la eligieron como sede de la Cofradía del mismo nombre que fundaron el 13 de septiembre de aquél año. Las referencias históricas confirman que la iglesia siempre se ha hallado fuera de los muros de la ciudad, en el Arrabal Mayor de Villena, razón por la que también se la conocía como "Santa María del Arrabal".
Otro documento interesante para conocer la historia de Santa María es la relación de los edificios notables de Villena que el Concejo de la ciudad envió a S.M. Felipe II en 1575, donde se menciona que el templo se encontraba todavía en construcción.
Por lo tanto, deduce Soler, la iglesia que conocemos hoy tuvo que empezar a edificarse a principios del siglo XVI.
A pesar de estar todavía erigiéndose, el templo contaba ya con cuatro capillas: en el lado del Evangelio, las capillas de Santa Catalina y de la Transfiguración del Señor; en el lado de la Epístola, otras dos capillas bajo las advocaciones de San Joaquín y Santa Ana, y de San Pedro.
Las obras se prolongarían aún durante el siglo XVII, como lo atestigua una carta del concejo de Biar al de Villena, fechada el 28 de octubre de 1630, que reproduce Soler en su artículo de investigación, y en la que Biar accede a suministrar piedra para continuar edificando el templo. Tan prolongada construcción explica la sucesión de estilos arquitectónicos que da en Santa María, reflejando los gustos de cada época.
Así, la austeridad de la fachada principal contrasta con la exuberancia barroca de la portada de acceso. Las puertas de madera, que también datan de 1717, costaron 1.770 reales, incluyendo sus correspondientes cerraduras y aldabas, y fueron realizadas por los carpinteros Alonso y Diego López Ossorio y el herrero Francisco Navarro.
Si sabemos leer su rico simbolismo, la portada de Santa María es en sí misma un anuncio del Evangelio: su profusión de adornos vegetales nos evoca la entrada al jardín del Edén, en tanto que paraíso perdido que recuperamos en la Iglesia, cuerpo místico de Cristo. Llama la atención la presencia de un jarrón con tres flores de lis esculpido en la parte inferior del fuste de cada columna. Se trata de uno de los atributos marianos por excelencia, asociado a la Anunciación, ya que el jarrón representa el vientre de María, vaso espiritual donde Dios se hizo carne, y los lirios su pureza virginal.
Aunque bien avanzado el siglo XVI, el templo se edificó todavía siguiendo los cánones del gótico, con su torre-campanario imitando el estilo de la de la vecina iglesia de Santiago, si bien con un porte mucho más esbelto, al arrancar desde el suelo y quedar buena parte de su cuerpo libre de edificaciones anexas. Según los libros de cuentas de 1717, se pagaron 6.732 reales para concluir el chapitel de la torre y 1.257 reales por la cruz y asta de hierro que lo corona.
Uno de los mayores benefactores de Santa María fue Dña. Catalina Ruíz de Alarcón, fallecida en 1551 y enterrada en la capilla mayor del templo, quien instituyó seis capellanías dotadas cada una de una renta anual de 100 ducados. Su escudo heráldico adornó el altar mayor hasta su destrucción durante la Guerra Civil.
Escudo de Dña. Catalina Ruíz de Alarcón
En el dintel de la puerta hay esculpido una florón, que nos remite también a la simbología mariana como “rosas mística”. Encima, en el entablamento, aparece el monograma de María grabado en un medallón enmarcado por una guirnalda de flores y dos querubines. Coronando la portada monumental, en el interior de una hornacina escultórica rematada por una venera, se sitúa la imagen pétrea de la Virgen, en su advocación de la Asunción; escultura que se atribuye a Antonio Salvador (quizás el "Romano").
En el interior, el gótico convive con el renacimiento, entablándose un equilibrado diálogo que nos habla de la construcción de la propia iglesia, que comenzó a edificarse desde la cabecera hacia la entrada. Así, las formas apuntadas del ábside poligonal y a los arcos ojivales del presbiterio, que serían las partes más antiguas de la iglesia y de estilo gótico, dejan paso a la armonía clásica y las líneas suaves del Renacimiento, que se hace patente en los arcos de medio punto o en las cuatro pilastras adosadas a los muros centrales, y del que también es un notable ejemplo la bella portada escultórica que conduce a la sacristía.
Aunque la vista nos engañe haciéndonos creer que estamos en una iglesia de tres naves, como el templo de Santiago, lo cierto es que Santa María consta de una sola nave, la central. Este efecto óptico se consigue aprovechando el espacio entre los contrafuertes que soportan la techumbre para albergar varias capillas comunicadas entre sí por arcos rebajados abiertos en los contrafuertes, lo que les confiere la apariencia de naves laterales. Actualmente, existen diez capillas, cinco a cada lado.
En el lado de la Epístola, en orden inverso, están la capilla dedicada a San Juan Pablo II, junto a la sacristía, con la imagen del Cristo Resucitado; la capilla de Santa Rita de Casia; la del Sagrario, reseñable no sólo por su mayor tamaño y diferencias arquitectónicas con las demás, ya que es la única capilla cubierta por una cúpula con linterna, sino también por la pintura mural de la pared frontal que, a modo de retablo, simula un frontispicio clásico de mármol, con pilastras, arquitrabe y medallón con el cáliz eucarístico, en forma de escudo heráldico sostenido por dos ángeles como tenantes, enmarcando la hornacina central con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, advocación por la que también se conoce a esta capilla. La composición pictórica, más que por su calidad, destaca por haber sido realizada por D. Diego Hernández durante su tiempo como párroco de Santa María. Este sacerdote con alma de artista decidió consagrar su vida a “pintar a Cristo en el alma de sus feligreses”, como a él mismo le gustaba decir. A la capilla del Sagrario le siguen la de la dormición de la Virgen, cuya serena talla se expone en el altar mayor durante la festividad de la Asunción, y la capilla que hace la función de baptisterio, ubicada junto a la puerta.
En el lado del Evangelio, comenzado desde la puerta, encontramos la capilla del Santísimo Cristo de las Penas, que acoge también la talla del Ecce Homo o Cristo de la Columna; la capilla del Santo Niño de Praga, donde se abre otra puerta al exterior, que es por la que tradicionalmente entraba la Morenica durante la procesión del día 8 de septiembre y que ahora se mantiene cerrada por su avanzado estado de deterioro; las capillas de San Francisco de Asís y San Antonio de Padua, testimonios de la vinculación de la Orden de San Francisco con Santa María, que fue sede de la Tercera Orden franciscana, formada por seglares consagrados, y la capilla de Santa Lucía, que da acceso a otra estancia que alberga el paso de N.P. Jesús Nazareno.
Tres grandes arcos, dos de medio punto y uno apuntado, configuran el espacio central, dividiendo la única nave en cuatro zonas. A los pies, sobre la puerta de entrada a la iglesia, se sitúa el coro, donde se encontraba el órgano que se encargó en 1742 y que no se terminaría hasta 1773. Al coro alto le sigue el falso crucero, realzado por las cuatro pilastras en forma de semicolumnas que aparentan sostener la bóveda central. Destaca el contraste entre la sencillez de la pareja de pilastras cercanas a la puerta, de fustes lisos, y la monumentalidad de las más próximas al altar, compuestas por dos semicolumnas acanaladas superpuestas, todo ello de impronta renacentista. El tercer espacio venía antaño delimitado por la reja del altar mayor, que separaban el lugar destinado a los fieles laicos del presbiterio, reservado al clero. Se trataba de una reja ricamente labrada, para la que se necesitaron 280 arrobas y 18 libras de hierro. Fue forjada por el maestro herrero Antonio Milán y Navarro y se pagó por ella la friolera de 28.072 reales en 1740.
Detalle de la antigua reja labrada de Santa María
Sobre pilastras lobulares descansa el tercer arco, de estilo gótico, que da acceso al ábside, que tiene la particularidad de no poseer girola y donde se emplaza el altar mayor, presidido por un retablo en madera sin policromar, de inspiración neogótica, diseñado por Navarro Santafé y similar al que se encuentra en la Iglesia de los Salesianos. Su hornacina central alberga una imagen de la Asunción, cuyo boceto debemos también a D. Diego Hernández, y que se atribuye al círculo de Salzillo, escultor e imaginero murciano. A cada lado de la Virgen, una pinturas sobre tabla: la de la izquierda representa la Anunciación, y la de la derecha, la coronación de la Virgen.
Esta combinación de estilos arquitectónicos que se aprecia en los muros no se da, sin embargo, en la cubierta interior del templo, resuelta a base de bóvedas de crucería, con sus típicas nervaduras, propias del gótico. Antaño, estuvieron decoradas con frescos narrando escenas de la vida de la Virgen cuyo pintor desconocemos.
Estas bóvedas resultaron gravemente dañadas durante la Guerra Civil, cuando el frente populista incendió las iglesias de la ciudad. El fuego, además de devorar el antiguo retablo del altar mayor, el órgano y la reja del presbiterio, provocó el derrumbe de buena parte de la techumbre de Santa María, perdiéndose las pinturas.
Vista del retablo original de Santa María antes de la Guerra Civil. Se aprecia también un fragmento de los frescos con escenas de la vida de la Virgen que cubrían las bóvedas.
Ya entonces, tras la guerra, los vecinos de Villena unieron sus fuerzas para restaurar el templo y reconstruir el tejado y las bóvedas perdidas. ¡Ahora podemos hacerlo de nuevo, juntos! Descubre cómo y súmate.